¿Para qué sirve la literatura en el siglo XXI?

Literatura, libros, lectura

 

Algunos argumentan que la pregunta, articulada así, no vale la pena, que la literatura no se debe concebir como una serie funciones utilitarias. Desde una perspectiva educativa, valoramos a la literatura como un arte, una expresión del ser humano, sin embargo también argumentamos que la literatura sí sirve para muchas cosas puntuales, especialmente en cuanto a la preparación para la vida que debe ofrecer cualquier colegio. A continuación presentamos algunas de las funciones educativas de la literatura.

  1. Estimulación cognitiva (el ojo de la mente)

Todos los seres humanos, a causa de nuestras facultades neurológicas, utilizamos una función mental apodada el “ojo de la mente”, documentada en una investigación de la universidad de Exeter en Inglaterra. No necesitamos meter la mano en un congelador para visualizar su interior cubierto de escarcha glacial. No necesitamos tener a un tigre boquiabierto al lado para imaginarnos el hedor de sus colmillos, cubiertos de pulpa carnosa. El “ojo de la mente” no solo es un ojo, es una nariz, unos oídos, una piel capaz de detectar presión y temperatura; es nuestra capacidad mental e infinita de simulación sensorial. Leer libros, oraciones, palabras, o cualquier forma de lenguaje estimula nuestro “ojo de la mente”. Desde la urbe bogotana, García Márquez me aterriza en un pueblo remoto, con un fragmento de Cien años de soledad (1967): “Macondo era entonces una aldea de 20 casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas…” La estimulación del “ojo de la mente” tiene un fantástico resultado: el desarrollo de la capacidad de trascender el mundo que nos rodea, con el pensamiento, y eventualmente puede llevar a las acciones.

  1.   Desarrollo de la empatía

¿Se imaginan nacer en cautiverio? ¿Con las muñecas y los tobillos atados por cadenas? ¿Se imaginan sólo haber visto el interior de una cueva y nada más en todo el mundo? Esta es la historia de Segismundo, el protagonista de La vida es sueño, una obra de teatro escrita por Pedro Calderón de la Barca en 1635. Si bien la literatura nos propicia simulaciones sensoriales en el ojo de la mente, también nos propicia simulaciones emocionales. Los lectores de La vida es sueño nos vemos obligados a solidarizarnos, así sea por un momento, con Segismundo, a causa de su terrible condición. El protagonista de esta obra busca explicaciones, no sabe por qué está en cautiverio, y razona con juicio que antecede a los existencialistas: “…ya entiendo qué delito he cometido. Bastante causa ha tenido vuestra justicia y rigor; pues el delito mayor del hombre es haber nacido”. Así de dolorosas son las reflexiones de Segismundo, al que nadie le ha dado explicaciones, y cuando comprendemos el contexto de la obra, el movimiento de los astros, la profecía que atormenta al rey, el lector se ve obligado a hacer un ejercicio de medición empática al tener que decidirse entre el preso, el apresador, o algún intermedio moral que carece del sentido de lo absoluto.  

  1.   Ampliación de vocabulario del lector

En esta vida urbana, del siglo XXI, las comodidades del mundo industrializado nos limitan las experiencias. No tenemos que ir de cacería para comer, ni encender fogatas para calentarnos de noche. Por ende, una cantidad de experiencias pertenecientes a otras épocas y otras realidades geográficas se describen y se discuten con lenguaje que es cada vez menos accesible. ¿Cuántos de nosotros sabemos qué quiere decir el poeta español Federico García Lorca cuando dice, comenzando su obra de de 1928 titulada Romancero Gitano: “La luna vino a la fragua con su polizón de nardos”. ¿Es acaso una imagen surrealista? ¿O estará el poeta describiendo una experiencia real con la magia del lenguaje? En todo caso, vale preguntarse: ¿están las palabras “fragua”, “polizón” y “nardos” dentro del vocabulario de un citadino común? ¿Por qué habrían de estar en vez de “estufa” o “hornilla”, “criminal” y “flor”? La literatura nos presenta vocabulario más preciso que el vocabulario de todos los días, y nos puede ayudar a la hora de expresarnos con claridad.

  1.   Cultura general

Leer nos permite visitar otra época, como en una máquina del tiempo, y entrar a un portal de posibilidades infinitas. Todos sabemos por qué hablamos español, conocemos la historia cultural de latinoamérica, pero ¿cuántos de nosotros hemos experimentado la llegada de los conquistadores a Tenochtitlan? ¿Cuántos hemos vivido la interacción de Hernán Cortés con la realeza Azteca? Lo podemos hacer a través de El corazón de la piedra verde (1942), una novela histórica del español Salvador de Madariaga: “Cortés recibió a los caciques con la mayor urbanidad, y luego, con Alonso al lado, que todo lo traducía, les explicó que había venido de tierras lejanas para enseñarles una fe nueva…” Por medio de narrativas como ésta viajamos al pasado. Y si 500 años nos parecen insuficientes, también podemos entablar una conversación con los griegos, creadores de la cuna de la civilización occidental, hace 2500 años. Bien sea por medio de textos filosóficos, crónicas históricas, tragedias o comedias, tenemos acceso a la vida y el pensamiento de un mundo cuya herencia vive en los cimientos de nuestra sociedad. En términos sencillos, el conocimiento es cultura general, bien sea acerca de lo que nos rodea, o de lo que está enterrado en la historia, y la literatura es un puente directo al conocimiento.

  1.   Aumento de la concentración por largos períodos

¿En cuántas palabras creen que se puede describir el acto de colocarse una prenda de ropa para salir a la calle? ¿Es posible que vestirse sea un acto complicado? En su cuento No se culpe a nadie (1956), el argentino Julio Cortázar utiliza 1797 palabras, cuidadosamente seleccionadas, para narrar cómo un hombre se pone un saco azul frente al espejo: “…con la mano derecha ayudar a la mano izquierda para que pueda avanzar por la manga o retroceder y zafarse, […] como si la mano izquierda fuese una rata metida en una jaula y desde afuera otra rata quisiera ayudarla a escaparse…” El autor narra una acción cotidiana sin restringir al frenesí de la imaginación. Es importante comentar que este texto consiste de un solo párrafo, y que por ende, leerlo es entrenarse en paciencia, atención y concentración. Otros autores han experimentado con estilos parecidos, como el escritor chileno Roberto Bolaño en su novela corta Nocturno de Chile, la cual sólo contiene un punto y aparte, y un punto final. Es cierto que estos textos son más difíciles que cualquiera que obedezca las normas de la gramática, sin embargo, tienen valor agregado por su intensidad, y por la atención tan precisa que exigen del lector. En la era de los smartphones y los iPads, aparatos que funcionan con el mero contacto de un dedo, la literatura nos brinda la capacidad de sostener la concentración por más tiempo, y así más energía para desarrollar trabajos largos y complejos, como una tesis universitaria, o un proyecto laboral.

6. Otras posibles funciones de la literatura

Si conocen otras funciones de la literatura en el siglo XXI, por favor menciónelas en los comentarios. Aspiramos que Éccole! pueda brindar un espacio para el diálogo y el debate sobre la educación en Colombia y el resto del mundo.